miércoles, 21 de junio de 2023

 


Lima.- Qué gran noticia.

Qué buena nueva. Keiko Fujimori volverá a candidatear.

No importa que, por ahora, su lanzamiento sea una manera de distraer a la gente ante el juicio oral que se viene: la señora quiere estar sentada en el banquillo con la aureola de ser lideresa de un partido y no como lo que de veras es: jefa de una organización criminal que cuenta con una poderosa representación parlamentaria.

Al final, la señora candidateará por cuarta vez. Porque le han dicho que a la cuarta va la vencida y que esta vez “no nos ganan, arribaperú”.

¿Volverán los Romero a darle millones de dólares?

¿Volverán las oscuras golondrinas de su guarida sus verdes a colgar?

¿Volverá RPP a recibir plata en maletines?

¿Volverá la CONFIEP a hacer una megachancha?

¿Volverán los cócteles milagrosos, las mochilas volanderas, los padrinazgos sin huella?

Aquí, en esta modesta revista, estamos felices. Una cuarta candidatura de la heredera de la mafia fujimorista terminará, otra vez, en sepelio electoral. Y esta vez el rigor mortis puede ser definitivo. No hay regreso después de cuatro pésames, no hay vampiro que aguante cuatro estacas.

Si la derecha reincide en Keiko Fujimori, es que no tiene remedio ni capacidad de entender el país.

El antifujimorismo no es repudio ni odio: es miedo. Entiéndanlo de una vez por todas: el antifujimorismo es un mecanismo de defensa ante la posibilidad de que la Yakuza peruviana se instale otra vez en Palacio. El antifujimorismo no proclama persecución alguna: teme la que vendrá cuando gente de la calaña de Galarreta se instale en el poder y lo infecte. El antifujimorismo no opta por ningún candidato: votará a ciegas por quien enfrente a la señora que estudió en el extranjero con plata que todos los meses le entregaba el muy depravado Vladimiro Montesinos, socio de su sórdido padre.

El antifujimorismo es la memoria sanadora. Gracias a él recordamos cómo es que las fuerzas armadas se pudrieron, la justicia se despachaba en el SIN, los fiscales aplaudían como focas, el Tribunal Constitucional fue baño público, el Congreso un bulín, los ministros una manga de cómplices, la prensa –en general– una zorrona. Nadie hizo tanto para que el Perú fuera el muladar que fue y que terminamos de descubrir gracias a un video. Todo intento anterior de entronizar un autoritarismo corrupto y con vocación de metástasis quedó como ridículo si lo comparamos con lo que le hizo Fujimori al país. ¿Benavides? Agua de malva. ¿Leguía? Un ensayo débil. ¿Odría? Una mala imitación. ¿El gobierno militar? Un acto fallido. Fujimori sumergió al Perú en una solución química que combinaba lo peor del criollismo con lo más hábil del populismo extorsivo. No hubo institución oficial que se salvara del experimento social del fujimorismo. Hasta la iglesia católica tuvo que producir un Cipriani para ponerse a tono.

De modo que si la derecha no entiende que el antifujimorismo está más vivo que nunca y que no importa cuánta hipocresía harvardiana derrame la presunta nueva Keiko, allá ella.

El problema es que esa persistencia en el error puede arropar a un radical de consecuencias devastadoras. Mientras más cerca se sienta la amenaza del fujimorismo zombi, más opciones habrá para que un demagogo de las izquierdas extraviadas se presente como el macho salvador.

¿Eso quiere la derecha?

¿O quiere que un Jurado Nacional de Elecciones reorganizado por el fujimorismo le dé una mano a Keiko en el escrutinio? ¿Quieren una Juliaca a la ene potencia? ¿Sueñan con una guerra civil?

La derecha no le debe nada al fujimorismo. Los empresarios de verdad saben muy bien que las vacas gordas de los buenos tiempos no vienen de un texto constitucional sino del trabajo, la inversión, los precios internacionales, el capital foráneo, el valor de la moneda, la estabilidad jurídica. La constitución de 1993 fue el marco. Pero no habría pintura en ese marco sin el quehacer de los peruanos productivos. Lo reitero: los empresarios no le deben nada al fujimorismo. Al contrario: los herederos del corrupto Fujimori han contaminado al conservadurismo peruano con un tufo de malignidad que distancia y polariza. Tener éxito creando empleo y riqueza no requiere militar en el fujimorismo, un club del crimen que premiaba el mercantilismo, la opacidad, el financiamiento ilegal y las trafas del poder judicial montesinista.

La derecha, como la izquierda, tiene que renovarse. El mundo de hoy se ha complicado lo suficiente como para exigir no sólo nuevos rostros sino una nueva comprensión de las cosas. El fujimorismo, como el marxismo-leninismo, es una antigualla, un cadáver insepulto, un mal recuerdo. Recuerden, suscriptores de “Gestión”: Fujimori perdió ante Castillo. Lo que vendrá ahora es la profecía de Disney: perderá ante Tribilín.

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