Lima.- Qué gran noticia.
Qué buena nueva. Keiko Fujimori volverá a candidatear.
No importa que, por ahora, su lanzamiento sea una manera
de distraer a la gente ante el juicio oral que se viene: la señora quiere estar
sentada en el banquillo con la aureola de ser lideresa de un partido y no como
lo que de veras es: jefa de una organización criminal que cuenta con una
poderosa representación parlamentaria.
Al final, la señora candidateará por cuarta vez. Porque
le han dicho que a la cuarta va la vencida y que esta vez “no nos ganan,
arribaperú”.
¿Volverán los Romero a darle millones de dólares?
¿Volverán las oscuras golondrinas de su guarida sus
verdes a colgar?
¿Volverá RPP a recibir plata en maletines?
¿Volverá la CONFIEP a hacer una megachancha?
¿Volverán los cócteles milagrosos, las mochilas
volanderas, los padrinazgos sin huella?
Aquí, en esta modesta revista, estamos felices. Una
cuarta candidatura de la heredera de la mafia fujimorista terminará, otra vez,
en sepelio electoral. Y esta vez el rigor mortis puede ser definitivo. No hay
regreso después de cuatro pésames, no hay vampiro que aguante cuatro estacas.
Si la derecha reincide en Keiko Fujimori, es que no tiene
remedio ni capacidad de entender el país.
El antifujimorismo no es repudio ni odio: es miedo.
Entiéndanlo de una vez por todas: el antifujimorismo es un mecanismo de defensa
ante la posibilidad de que la Yakuza peruviana se instale otra vez en Palacio.
El antifujimorismo no proclama persecución alguna: teme la que vendrá cuando
gente de la calaña de Galarreta se instale en el poder y lo infecte. El
antifujimorismo no opta por ningún candidato: votará a ciegas por quien
enfrente a la señora que estudió en el extranjero con plata que todos los meses
le entregaba el muy depravado Vladimiro Montesinos, socio de su sórdido padre.
El antifujimorismo es la memoria sanadora. Gracias a él
recordamos cómo es que las fuerzas armadas se pudrieron, la justicia se
despachaba en el SIN, los fiscales aplaudían como focas, el Tribunal
Constitucional fue baño público, el Congreso un bulín, los ministros una manga
de cómplices, la prensa –en general– una zorrona. Nadie hizo tanto para que el
Perú fuera el muladar que fue y que terminamos de descubrir gracias a un video.
Todo intento anterior de entronizar un autoritarismo corrupto y con vocación de
metástasis quedó como ridículo si lo comparamos con lo que le hizo Fujimori al
país. ¿Benavides? Agua de malva. ¿Leguía? Un ensayo débil. ¿Odría? Una mala
imitación. ¿El gobierno militar? Un acto fallido. Fujimori sumergió al Perú en
una solución química que combinaba lo peor del criollismo con lo más hábil del
populismo extorsivo. No hubo institución oficial que se salvara del experimento
social del fujimorismo. Hasta la iglesia católica tuvo que producir un Cipriani
para ponerse a tono.
De modo que si la derecha no entiende que el
antifujimorismo está más vivo que nunca y que no importa cuánta hipocresía
harvardiana derrame la presunta nueva Keiko, allá ella.
El problema es que esa persistencia en el error puede
arropar a un radical de consecuencias devastadoras. Mientras más cerca se
sienta la amenaza del fujimorismo zombi, más opciones habrá para que un
demagogo de las izquierdas extraviadas se presente como el macho salvador.
¿Eso quiere la derecha?
¿O quiere que un Jurado Nacional de Elecciones
reorganizado por el fujimorismo le dé una mano a Keiko en el escrutinio?
¿Quieren una Juliaca a la ene potencia? ¿Sueñan con una guerra civil?
La derecha no le debe nada al fujimorismo. Los
empresarios de verdad saben muy bien que las vacas gordas de los buenos tiempos
no vienen de un texto constitucional sino del trabajo, la inversión, los
precios internacionales, el capital foráneo, el valor de la moneda, la
estabilidad jurídica. La constitución de 1993 fue el marco. Pero no habría
pintura en ese marco sin el quehacer de los peruanos productivos. Lo reitero:
los empresarios no le deben nada al fujimorismo. Al contrario: los herederos
del corrupto Fujimori han contaminado al conservadurismo peruano con un tufo de
malignidad que distancia y polariza. Tener éxito creando empleo y riqueza no
requiere militar en el fujimorismo, un club del crimen que premiaba el
mercantilismo, la opacidad, el financiamiento ilegal y las trafas del poder
judicial montesinista.
La derecha, como la izquierda, tiene que renovarse. El
mundo de hoy se ha complicado lo suficiente como para exigir no sólo nuevos
rostros sino una nueva comprensión de las cosas. El fujimorismo, como el
marxismo-leninismo, es una antigualla, un cadáver insepulto, un mal recuerdo.
Recuerden, suscriptores de “Gestión”: Fujimori perdió ante Castillo. Lo que vendrá
ahora es la profecía de Disney: perderá ante Tribilín.