Las mafias toman los canales de TV en ese país cualitativamente tan distante.
En nuestro país, en cambio, tenemos a Willax y al canal de alias “el fantasma González” y a los pútridos herederos de la venta de opiniones de los años 90 dando lecciones de objetividad y decencia a cada hora y todas las semanas de todos estos años de lobotomía en mancha.
La violencia sin control y las
muertes a destajo sacuden al pobre vecino vagamente amazónico.
Qué diferencia: aquí la
presidenta del Perú y su primer ministro dieron la orden de enfrentar a los
manifestantes de diciembre y enero como si fueran “delincuentes terroristas” y
autorizaron el fuego a discreción. Decenas de peruanos cayeron a manos de la
policía y el ejército. No fue necesario declarar ninguna “guerra interna” para
ejecutar a quienes protestaban en Huamanga o Juliaca. Eso es proceder con
eficacia y sin papeleo.
Hay corrupción en el sistema
judicial ecuatoriano, cómo no.
En el Perú la que fue Fiscal
de la Nación –miren qué diferencia– protegió a su hermana jueza, acusada por
dos testigos de liberar narcazos a cambio de miles de dólares. Y luego se
descubrió que lideraba una organización ligada al Apra y al fujimorismo más
viscoso cuyo único objetivo era cantar en dueto con el hampa congresal. La
Fiscal ofrecía impunidad. Los delincuentes con curul daban votos para
nombramientos, leyes y venganzas en papel sellado. Cuando la Fiscal se vio
acorralada, sacó de la manga el expediente en contra de la presidenta Boluarte
por los asesinatos de enero y diciembre. “Me atacan ahora porque acuso al
gobierno”, dijo la Fiscal mafiosa. Pero ya era tarde. ¿No ven el abismo que nos
separa? Aquí no eran fiscalillos de segunda los comprometidos en la corrupción:
era la jefatura misma la infectada.
El narcotráfico ha penetrado
la política en Ecuador.
En el Perú tenemos la mayor
extensión de cocales de las últimas décadas y la mayor producción de pasta
básica y clorhidrato de cocaína se cocina en el VRAEM, una república
separatista que tiene 40 años de existencia y cuya bandera tiene como símbolo
una avioneta boliviana en pleno aterrizaje. Y nuestros puertos, sometidos al
emprendimiento más imaginativo, preñan contenedores con toneladas de droga.
El secuestro, la extorsión, la
trata de mujeres, la usura criminal azotan al Ecuador. Como todos los patriotas
peruanos saben, en el país de los Quispe Palomino esos flagelos no existen. Del
mismo modo que aquí no operan El Tren de Aragua o Los Hijos de Dios, bandas que
Pedro Pablo Kuczynski no dejó entrar.
Ecuador respira inseguridad.
Aquí, en cambio, la gente
camina a sus anchas y disfruta de una dulce libertad. ¿Hay comarca más segura,
mundialmente hablando, que el cercado de Lima? ¿Hamburgo puede reclamar ser más
confiable que San Juan de Lurigancho? ¿Lisboa es acaso más tranquila que Comas?
Las instituciones se han
degradado en Ecuador, qué barbaridad.
En el Perú, qué contraste,
todos confiamos en el Defensor del Pueblo, en el Tribunal Constitucional, en el
Congreso, en los Gobiernos Regionales, en el Poder Judicial, en los medios de
comunicación hegemónicos. ¿O acaso alguien puede dudar de Josué Gutiérrez, de
Francisco Morales, de Alejandro Soto Reyes, de Martha Moyano, de Vladimir
Cerrón o de Milagros Leiva?
Ecuador padece de una crisis
terminal.
El Perú –lo dicen Hugo Guerra
y Fernando Rospigliosi– ha enfrentado con decisión las provocaciones del
violentismo salido de Puebla. Pobre Ecuador. Por: CH.