LIMA.- La élite política peruana, en todo su abanico ideológico, ha ido
perdiendo aceleradamente su calidad formativa, ideológica y de liderazgo en lo
que va del siglo. Nadie más que los propios partidos políticos son los
responsables de su propio deterioro. Solo ellos pueden acceder a la presidencia
y al Congreso y son los únicos en aprobar leyes y modificarlas. Ellos son
también los únicos responsables de moldear el edificio institucional del país.
Este parlamento, con pocas excepciones, no ha cumplido ni medianamente las
funciones de legislar, controlar políticamente y representar que le son
propias. Por el contrario, cada semana mostraban sin pudor sus serias
carencias, creando un mundo paralelo en donde cabe todo, menos mirarse al
espejo. No pueden, pues, responsabilizar a terceros lo que les toca en primera
persona.
El adelanto de elecciones -a través del fin del mandato anticipado tanto
del Ejecutivo como del Parlamento- no fue el resultado de una mirada serena de
la terrible coyuntura actual, y que requiere ser canalizada institucionalmente,
ni menos como un acto de “desprendimiento” o “sacrificio”. Muy por el
contrario, hasta antes del 7 de diciembre, fecha del golpe de Estado, las
propuestas de adelanto de elecciones presentados por las congresistas Susel
Paredes y Digna Calle se encontraban congeladas. Es a través de un hecho
externo, la violenta explosión social, que se conecta con dicha consigna que el
Congreso, a regañadientes, aprueba el adelanto de elecciones para abril del
2024.
Sin embargo, esta salida institucional de la crisis tiene riesgos en el
desempeño del Congreso. El primero, es que no hay total seguridad que se
apruebe, a partir del 1 de marzo en segunda votación el adelanto de elecciones.
Varios congresistas condicionan su voto -desde convocar a una asamblea
constituyente hasta algunas reformas-, otros abiertamente se niegan a que su
mandato se corte y muchos esperan que las movilizaciones se apaguen y ya no se
sientan comprometidos con votar a favor.
El segundo, es la propia reforma política. Los únicos puntos de acuerdo
son la bicameralidad y la reelección parlamentaria; reformas necesarias, pero
desacreditas por el propio desempeño parlamentario y que son rechazadas por la
mayoría ciudadana que ve en ellas el camino para que se queden todos. Jamás
desbloquearían esas medidas señalando que ellos no participarían en las
próximas elecciones. El desprendimiento o sacrificio allí, no existe.
Tercero, el pedido de terminar con el mandato de las autoridades
electorales. Esta propuesta está en consonancia con la narrativa de fraude,
totalmente desvirtuada y rechazada por instituciones nacionales e
internacionales. La Junta Nacional de Justicia se encarga de elegir y remover
al jefe de ONPE y RENIEC, así como designar, ratificar y remover a los vocales
supremos del Poder Judicial, como es el caso del Presidente del JNE. A un año y
medio de las elecciones del 2021, ni un solo congresista los ha denunciado y
solicitado su separación.
Que el poder político, que nace de un proceso electoral, quiera terminar
con el mandato del arbitro de las elecciones, no es solo una venganza política,
sino una medida tan legalmente endeble como las consideraciones que obran en la
propuesta. En el hipotético caso de que prosperara, tendría un impacto en el
cronograma electoral y sentaría un nefasto precedente. Bajo el argumento de la
confianza también podrían dar fin al mandato de la Fiscal de la Nación, el
presidente del Poder Judicial, entre otros. Bueno, se incendia Roma para ganar
y echar la culpa al resto. (FT).