La señora presidenta ha sido secuestrada por la derecha inmortal y nadie dice nada. No es noticia.
Los perdedores
de las elecciones del 2021 constituyen ahora la nueva mayoría oficialista
congresal: Fuerza Popular, Renovación Popular, Avanza País y algunos otrosíes.
La prensa concentrada aplaude, pasa piola, barre bajo la alfombra.
Dina Boluarte
anunció alguna vez en Juliaca que si a Castillo lo defenestraban, ella también
se iba.
Ahora se ha ido,
pero conserva el puesto que le tocó por carambola. Sus funciones las ha tomado
Alberto Otárola, un humalista primario cuya agenda tiene una sola prioridad:
durar y congraciarse con el establecimiento.
Otárola es quien
dio la orden de que la policía disparara a matar. Tuvo, desde luego, la tácita
autorización de la señora presidenta.
El presidente
del Consejo de Ministros obtuvo el inservible voto de confianza del Congreso
jactándose de la violencia ejercida y prometiendo, si resulta necesario,
mayores dosis de palo y bala. Vuelven los máuseres de “El mundo es ancho y
ajeno”. Las minas de Potosí se han reabierto. El Perú es un navío de madera
anclado a una tormenta inagotable. Cruje y no se parte. Emana ratas.
El gobierno de
la señora Dina Boluarte de Otárola (políticamente hablando) ignora que aun una
política represiva monda y lironda debe darse en el marco de una estrategia.
Detrás de las bayonetas, como le advertía Talleyrand a Bonaparte, tiene que
haber un plan, un proyecto, una salida convocante.
El gobierno de
Otárola no tiene nada de eso. Ni quiere tenerlo. No hay horizonte ni norte ni
asomo de grandeza en las propuestas de Otárola. Es como si deseara mantener la
crisis. Como si la derecha le hubiese asignado el breve papel de antídoto
frente al veneno del alzamiento del sur. ¿Antídoto o huachimán? Ambas cosas.
Es cierto que
hay operadores profesionales expertos en azuzar y es también cierto que los
restos políticos del senderismo pueden estar aprovechándose de algunas
situaciones. Pero hay que ser muy tonto para suponer que esas minorías afiladas
pueden crear el fuego que ha producido 50 muertes (hasta el cierre de este
texto). Para que el viento ultraizquierdista aliente el incendio, debe haber un
fuego previo. Y esas llamaradas han estado allí latentes, esperando el oxígeno
que las hiciera temibles.
El Congreso
corrupto y desprestigiado sostiene ahora al gobierno del señor Otárola. Los
parlamentarios, que festejaron la caída del presidente con habilidades
diferentes como si fuera obra suya, le dan el voto de confianza al gabinete
manchado de sangre. ¿Qué esperan con eso? ¿Calmar a los rabiosos, disuadir a
los insurrectos?
Dice Otárola:
“El gobierno sigue sólido”. Y la prensa concentrada acoge el mensaje
fraternalmente. ¿Ignora la señora Boluarte en qué se está metiendo y cómo es
que hoy es rehén de los sectores que llamaron fraudulenta y sucia la elección
de la que ella surgió como vicepresidenta? ¿Ignora lo patética y espectral que
se la ve?
Puno tiene el
segundo ingreso salarial mensual más bajo del Perú: 805 soles (el de
Huancavelica es todavía menor). El 55% de su población no tiene acceso a los
servicios de electricidad, agua y desagüe y el 70% de sus niños menores de seis
años sufre de anemia. Según el Instituto Peruano de Economía, el Índice de
Competitividad Regional sitúa a Puno en el puesto 21 entre las 25 regiones del
país. De esas cifras, fluyen, con naturalidad, la desesperanza, la
marginalidad, la no pertenencia a los “grandes propósitos” del Estado residente
en Lima. Añádase a todo ello la caída de un presidente sentido como próximo, el
predominio actual del Congreso repudiado y el carácter represivo del gobierno
de la transición y encontraremos más de una explicación de lo que está pasando.
Castillo, que
manchó su biografía para siempre, no puede volver. La Asamblea Constituyente no
puede ser impuesta por la violencia. La narrativa de un socialismo que produce
hambre, dictadura y diásporas no será la que nos dicte el futuro. Todo eso es
cierto. Pero es igualmente indiscutible que el palo y las balas no son un plan
de gobierno. A estas alturas, la solución política más a la mano es que la
ficticia presidenta termine de renunciar y que una directiva renovada del
Congreso convoque a unas elecciones de emergencia. Lo que no es aceptable es
que la derecha de Willax se adueñe otra vez del país y lo administre a patadas.
Como siempre.
La presidenta
por azar cree que está haciendo algo nuevo. Desde el pasado la aplauden Sánchez
Cerro y Odría, la celebra el fantasma sin sosiego de García, la reconoce, desde
la cárcel, Fujimori. Y hasta Castillo, el tendero, tiene que agradecerle. Flora
Tristán, sin embargo, la habría abofeteado. (CH)