martes, 17 de enero de 2023


La señora presidenta ha sido secuestrada por la derecha inmortal y nadie dice nada. No es noticia.

Los perdedores de las elecciones del 2021 constituyen ahora la nueva mayoría oficialista congresal: Fuerza Popular, Renovación Popular, Avanza País y algunos otrosíes. La prensa concentrada aplaude, pasa piola, barre bajo la alfombra.

Dina Boluarte anunció alguna vez en Juliaca que si a Castillo lo defenestraban, ella también se iba.

Ahora se ha ido, pero conserva el puesto que le tocó por carambola. Sus funciones las ha tomado Alberto Otárola, un humalista primario cuya agenda tiene una sola prioridad: durar y congraciarse con el establecimiento.

Otárola es quien dio la orden de que la policía disparara a matar. Tuvo, desde luego, la tácita autorización de la señora presidenta.

El presidente del Consejo de Ministros obtuvo el inservible voto de confianza del Congreso jactándose de la violencia ejercida y prometiendo, si resulta necesario, mayores dosis de palo y bala. Vuelven los máuseres de “El mundo es ancho y ajeno”. Las minas de Potosí se han reabierto. El Perú es un navío de madera anclado a una tormenta inagotable. Cruje y no se parte. Emana ratas.

El gobierno de la señora Dina Boluarte de Otárola (políticamente hablando) ignora que aun una política represiva monda y lironda debe darse en el marco de una estrategia. Detrás de las bayonetas, como le advertía Talleyrand a Bonaparte, tiene que haber un plan, un proyecto, una salida convocante.

El gobierno de Otárola no tiene nada de eso. Ni quiere tenerlo. No hay horizonte ni norte ni asomo de grandeza en las propuestas de Otárola. Es como si deseara mantener la crisis. Como si la derecha le hubiese asignado el breve papel de antídoto frente al veneno del alzamiento del sur. ¿Antídoto o huachimán? Ambas cosas.

Es cierto que hay operadores profesionales expertos en azuzar y es también cierto que los restos políticos del senderismo pueden estar aprovechándose de algunas situaciones. Pero hay que ser muy tonto para suponer que esas minorías afiladas pueden crear el fuego que ha producido 50 muertes (hasta el cierre de este texto). Para que el viento ultraizquierdista aliente el incendio, debe haber un fuego previo. Y esas llamaradas han estado allí latentes, esperando el oxígeno que las hiciera temibles.

El Congreso corrupto y desprestigiado sostiene ahora al gobierno del señor Otárola. Los parlamentarios, que festejaron la caída del presidente con habilidades diferentes como si fuera obra suya, le dan el voto de confianza al gabinete manchado de sangre. ¿Qué esperan con eso? ¿Calmar a los rabiosos, disuadir a los insurrectos?

Dice Otárola: “El gobierno sigue sólido”. Y la prensa concentrada acoge el mensaje fraternalmente. ¿Ignora la señora Boluarte en qué se está metiendo y cómo es que hoy es rehén de los sectores que llamaron fraudulenta y sucia la elección de la que ella surgió como vicepresidenta? ¿Ignora lo patética y espectral que se la ve?

Puno tiene el segundo ingreso salarial mensual más bajo del Perú: 805 soles (el de Huancavelica es todavía menor). El 55% de su población no tiene acceso a los servicios de electricidad, agua y desagüe y el 70% de sus niños menores de seis años sufre de anemia. Según el Instituto Peruano de Economía, el Índice de Competitividad Regional sitúa a Puno en el puesto 21 entre las 25 regiones del país. De esas cifras, fluyen, con naturalidad, la desesperanza, la marginalidad, la no pertenencia a los “grandes propósitos” del Estado residente en Lima. Añádase a todo ello la caída de un presidente sentido como próximo, el predominio actual del Congreso repudiado y el carácter represivo del gobierno de la transición y encontraremos más de una explicación de lo que está pasando.

Castillo, que manchó su biografía para siempre, no puede volver. La Asamblea Constituyente no puede ser impuesta por la violencia. La narrativa de un socialismo que produce hambre, dictadura y diásporas no será la que nos dicte el futuro. Todo eso es cierto. Pero es igualmente indiscutible que el palo y las balas no son un plan de gobierno. A estas alturas, la solución política más a la mano es que la ficticia presidenta termine de renunciar y que una directiva renovada del Congreso convoque a unas elecciones de emergencia. Lo que no es aceptable es que la derecha de Willax se adueñe otra vez del país y lo administre a patadas. Como siempre.

La presidenta por azar cree que está haciendo algo nuevo. Desde el pasado la aplauden Sánchez Cerro y Odría, la celebra el fantasma sin sosiego de García, la reconoce, desde la cárcel, Fujimori. Y hasta Castillo, el tendero, tiene que agradecerle. Flora Tristán, sin embargo, la habría abofeteado. (CH)

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