LIMA.- Las cifras finales de la ONPE, lo que está en juego en
cuanto a actas (mesas) por revisar, la tendencia de los pronunciamientos tanto
de los Jurados Especiales como los del Jurado Nacional de Elecciones nos
permiten decir que el triunfo electoral de Pedro Castillo es definitivo e
irreversible. Lo único que ha logrado el hampa fujimorista es demorar el
pronunciamiento oficial del JNE y extender el clima lodoso de sus vidas a la
atmósfera entera de la política peruana. El hampa fujimorista quiere embarrarlo
todo para que el próximo gobierno, nacido de una supuesta ilegitimidad, tenga
los días contados. ¿Se prestarán a eso los partidos que, sumados, hacen mayoría
en el nuevo Congreso? ¿Volverá el hampa fujimorista a dictar la agenda y trazar
el rumbo? ¿Somos los peruanos una turba guiada por gentuza? Espero que haya una
reacción de aquellos que, a diferencia del PPC, no se han embarcado en la
aventura sediciosa que alientan los forajidos herederos del fujimorismo siempre
golpista. Y espero que el JNE entienda que seguirle el juego a la organización
criminal que perdió las elecciones por 44,000 votos, más o menos, es prestarse
al operativo del golpe de estado ideado por la cabecilla de esa banda. Cada día
que pasa en la lentísima revisión de todo lo “impugnado”, aun de aquellas actas
que se presentaron fuera del plazo, es un día más para los preparativos del
zarpazo armado y autoritario que se alienta desde la prensa podrida, los
empresarios sin escrúpulos, los abogados del inmovilismo y la opinología
conservadora.
La delincuente
en flagrancia sabe que le espera la cárcel si no se blinda con la presidencia
de la república. Para ella es de vida o rejas pedir asilo en palacio de
gobierno y desmontar, en sus cinco años de mandato, el proceso de 15,000 folios
seguido en su contra por lavado de activos y creación de una trama criminal con
fachada de partido.
El Perú es el
único país que tolera que una prontuariada ponga en peligro el estado de
derecho gritando que hubo fraude en las elecciones que no pudo ganar y en las
que jamás debió participar. ¿No nos da vergüenza? ¿No sentimos náusea cuando
vemos en qué país nos hemos convertido?
Somos payasos
tristes en esta parte de América. Lo sé a ciencia cierta por el tono de las
preguntas que algunos periodistas extranjeros me han formulado en estos días.
Les asombra nuestra incapacidad de vernos como somos: un país patético donde la
hija de un ladrón condenado a 25 años de cárcel pone en jaque la democracia por
segunda vez en cinco años después de perder, por pocos votos, las elecciones.
No les deja estupefactos que la hija del reo reincida en su pataleta de
perdedora: lo que más les consterna es que esa señora haya perdido sólo por un
puñado de votos y que la derecha empresarial y mediática la haya apoyado como
si de una dama honorable se tratara. Esa tara anómica, esa desaparición de la
virtud, esa vocación por la oscuridad, es lo que menos entienden. ¿Cómo
explicarle a un foráneo bien intencionado que la historia del Perú está plagada
de miserias como esta?
El asunto es que
Pedro Castillo, el peor candidato que podía tener la izquierda, le ha ganado la
elección a la engreída de “El Comercio”, la favorita de la CONFIEP, la musa del
Club de la Construcción, la locutora habitual de RPP. ¿Cómo fue eso posible?
Hay respuestas complejas y eruditas, pero prefiero la más sencilla: el Perú
ninguneado, más exasperado que nunca por la crisis de la pandemia, mandó al
diablo al Perú oficial. No es como si Fernando Belaunde hubiese ganado los
comicios de 1956. ¡Es como si Haya de la Torre hubiese llegado a la presidencia
en las elecciones de 1931!
Contra todo y
virtualmente todos, Castillo es el nuevo presidente de la república. El trámite
protocolario del JNE es lo que falta, pero no habrá manera de negar la voluntad
popular expresada en las urnas.
¡Qué interesa lo
que diga “El Comercio” y su alcantarillado! ¡Qué diablos puede importar lo que
gimotee RPP! ¿A quién puede preocuparle lo que respalde Lourdes Flores Nano?
Castillo es el
presidente de la república del bicentenario y eso quizá pueda llamarse
justicia. Un presidente andino y de pocas letras asume la presidencia de un
país que pretendía que todos los Castillo de estas tierras esperasen otros 200
años para plantear un contrato social distinto.
Dicho esto, es
necesario recordarle al presidente electo que el país ha votado en parte por él
y en parte para impedir que esa mafia llamada Fuerza Popular se haga con el
poder.
El Perú, señor
presidente electo, no ha votado por el señor Vladimir Cerrón y su camarilla de
rojos totalitarios que admiran el modelo cubano o suspiran por el ejemplo de
Hugo Chávez.
El comunismo fue
la pesadilla que tuvo la igualdad. Ese sueño horrendo se inició el día en que
Lenin empezó a desconfiar de los soviets y supo que su espacio de confort era
el partido y, más aún, el ámbito de la secretaría general. Esas sombras crecieron
cuando Stalin heredó la maquinaria y la convirtió en la versión perfecta del
terror.
El país no ha
votado por Castillo para que un remedo del modelo cubano –estalinismo con playa
Varadero y hoteles en manos del sobornado ejército– crea que ha llegado su
hora. No, señor Cerrón: usted no puede subirse al podio. Si usted hubiese sido
el candidato, puedo asegurarle que la heredera de la corrupción habría
celebrado la misma noche de la segunda vuelta. No, señor Cerrón: Hugo Chávez
fue un dictador que despilfarró un país entero y le entregó a un pobre diablo
su “legado”. El Perú no ha votado ni por Chávez ni por Maduro. Y menos por
Daniel Ortega, ese error de la naturaleza.
El país ha votado por el cambio. Uno de verdad, que incluye el
de la Constitución por las vías de derecho acordadas. Uno que signifique
renegociar los contratos con las empresas que firmaron saqueos “inmortales”
amparados en un marco legal entreguista y acomplejado. Uno que dote al Estado
de recursos suficientes para Salud y Educación. Uno que proteja la asociación
sindical. Uno que considere que los salarios decentes no son una gracia
voluntaria sino un derecho. Uno, en fin, que termine con el “Estado
Empresarial”, la legislación plutocrática, la corrupción judicial y el abuso
del capitalismo entendido como dominio aplastante de ricos sobre pobres. Un
país saneado y viable puede surgir de ese ensayo dictado por el resultado
electoral. Que la derecha ilustrada entienda de una vez por todas que no se
puede ser tory en un país donde la desigualdad
ofende y, a veces, como en el caso del coronavirus, mata. (CH)