domingo, 20 de junio de 2021

 


LIMA.- Las cifras finales de la ONPE, lo que está en juego en cuanto a actas (mesas) por revisar, la tendencia de los pronunciamientos tanto de los Jurados Especiales como los del Jurado Nacional de Elecciones nos permiten decir que el triunfo electoral de Pedro Castillo es definitivo e irreversible. Lo único que ha logrado el hampa fujimorista es demorar el pronunciamiento oficial del JNE y extender el clima lodoso de sus vidas a la atmósfera entera de la política peruana. El hampa fujimorista quiere embarrarlo todo para que el próximo gobierno, nacido de una supuesta ilegitimidad, tenga los días contados. ¿Se prestarán a eso los partidos que, sumados, hacen mayoría en el nuevo Congreso? ¿Volverá el hampa fujimorista a dictar la agenda y trazar el rumbo? ¿Somos los peruanos una turba guiada por gentuza? Espero que haya una reacción de aquellos que, a diferencia del PPC, no se han embarcado en la aventura sediciosa que alientan los forajidos herederos del fujimorismo siempre golpista. Y espero que el JNE entienda que seguirle el juego a la organización criminal que perdió las elecciones por 44,000 votos, más o menos, es prestarse al operativo del golpe de estado ideado por la cabecilla de esa banda. Cada día que pasa en la lentísima revisión de todo lo “impugnado”, aun de aquellas actas que se presentaron fuera del plazo, es un día más para los preparativos del zarpazo armado y autoritario que se alienta desde la prensa podrida, los empresarios sin escrúpulos, los abogados del inmovilismo y la opinología conservadora.

La delincuente en flagrancia sabe que le espera la cárcel si no se blinda con la presidencia de la república. Para ella es de vida o rejas pedir asilo en palacio de gobierno y desmontar, en sus cinco años de mandato, el proceso de 15,000 folios seguido en su contra por lavado de activos y creación de una trama criminal con fachada de partido.

El Perú es el único país que tolera que una prontuariada ponga en peligro el estado de derecho gritando que hubo fraude en las elecciones que no pudo ganar y en las que jamás debió participar. ¿No nos da vergüenza? ¿No sentimos náusea cuando vemos en qué país nos hemos convertido?

Somos payasos tristes en esta parte de América. Lo sé a ciencia cierta por el tono de las preguntas que algunos periodistas extranjeros me han formulado en estos días. Les asombra nuestra incapacidad de vernos como somos: un país patético donde la hija de un ladrón condenado a 25 años de cárcel pone en jaque la democracia por segunda vez en cinco años después de perder, por pocos votos, las elecciones. No les deja estupefactos que la hija del reo reincida en su pataleta de perdedora: lo que más les consterna es que esa señora haya perdido sólo por un puñado de votos y que la derecha empresarial y mediática la haya apoyado como si de una dama honorable se tratara. Esa tara anómica, esa desaparición de la virtud, esa vocación por la oscuridad, es lo que menos entienden. ¿Cómo explicarle a un foráneo bien intencionado que la historia del Perú está plagada de miserias como esta?

El asunto es que Pedro Castillo, el peor candidato que podía tener la izquierda, le ha ganado la elección a la engreída de “El Comercio”, la favorita de la CONFIEP, la musa del Club de la Construcción, la locutora habitual de RPP. ¿Cómo fue eso posible? Hay respuestas complejas y eruditas, pero prefiero la más sencilla: el Perú ninguneado, más exasperado que nunca por la crisis de la pandemia, mandó al diablo al Perú oficial. No es como si Fernando Belaunde hubiese ganado los comicios de 1956. ¡Es como si Haya de la Torre hubiese llegado a la presidencia en las elecciones de 1931!

Contra todo y virtualmente todos, Castillo es el nuevo presidente de la república. El trámite protocolario del JNE es lo que falta, pero no habrá manera de negar la voluntad popular expresada en las urnas.

¡Qué interesa lo que diga “El Comercio” y su alcantarillado! ¡Qué diablos puede importar lo que gimotee RPP! ¿A quién puede preocuparle lo que respalde Lourdes Flores Nano?

Castillo es el presidente de la república del bicentenario y eso quizá pueda llamarse justicia. Un presidente andino y de pocas letras asume la presidencia de un país que pretendía que todos los Castillo de estas tierras esperasen otros 200 años para plantear un contrato social distinto.

Dicho esto, es necesario recordarle al presidente electo que el país ha votado en parte por él y en parte para impedir que esa mafia llamada Fuerza Popular se haga con el poder.

El Perú, señor presidente electo, no ha votado por el señor Vladimir Cerrón y su camarilla de rojos totalitarios que admiran el modelo cubano o suspiran por el ejemplo de Hugo Chávez.

El comunismo fue la pesadilla que tuvo la igualdad. Ese sueño horrendo se inició el día en que Lenin empezó a desconfiar de los soviets y supo que su espacio de confort era el partido y, más aún, el ámbito de la secretaría general. Esas sombras crecieron cuando Stalin heredó la maquinaria y la convirtió en la versión perfecta del terror.

El país no ha votado por Castillo para que un remedo del modelo cubano –estalinismo con playa Varadero y hoteles en manos del sobornado ejército– crea que ha llegado su hora. No, señor Cerrón: usted no puede subirse al podio. Si usted hubiese sido el candidato, puedo asegurarle que la heredera de la corrupción habría celebrado la misma noche de la segunda vuelta. No, señor Cerrón: Hugo Chávez fue un dictador que despilfarró un país entero y le entregó a un pobre diablo su “legado”. El Perú no ha votado ni por Chávez ni por Maduro. Y menos por Daniel Ortega, ese error de la naturaleza.

El país ha votado por el cambio. Uno de verdad, que incluye el de la Constitución por las vías de derecho acordadas. Uno que signifique renegociar los contratos con las empresas que firmaron saqueos “inmortales” amparados en un marco legal entreguista y acomplejado. Uno que dote al Estado de recursos suficientes para Salud y Educación. Uno que proteja la asociación sindical. Uno que considere que los salarios decentes no son una gracia voluntaria sino un derecho. Uno, en fin, que termine con el “Estado Empresarial”, la legislación plutocrática, la corrupción judicial y el abuso del capitalismo entendido como dominio aplastante de ricos sobre pobres. Un país saneado y viable puede surgir de ese ensayo dictado por el resultado electoral. Que la derecha ilustrada entienda de una vez por todas que no se puede ser tory en un país donde la desigualdad ofende y, a veces, como en el caso del coronavirus, mata. (CH)

 

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