LIMA.- Salirse de la rutina
diaria suena tentador, y muchos de nosotros soñamos con unas vacaciones
idílicas lejos de la vorágine política y social que nos rodea. Sin embargo, lo
que muchos no saben es que regresar a casa puede ser un verdadero golpe de
realidad. Vacaciones de ensueño, sí, pero al volver, la pesadilla nos espera:
el dinosaurio de la corrupción, la presidenta cuestionable, un ministro cuyo
accionar es más que turbio, y un congreso que se asemeja a un nido de
criminales organizados.
Es asombroso cómo, tras unos días de descanso, la misma y
opresiva realidad se abalanza sobre nosotros, con la misma indiferencia y
desdén que la cotidianidad ha tenido para con nuestras expectativas. Es como si
todo hubiera sido una ilusión, un paréntesis en un ciclo sin fin de
frustración. En este país, el aburrimiento, como un ladrón astuto, siempre
regresa, acechando en cada esquina.
Recientemente, Jorge Bruce comparó esta experiencia con
aquella película que repetidamente muestra al mismo personaje atrapado en un
día interminable. En Perú, sin necesidad de marmotas, una rata se asoma a la
ventana de un solar polvoriento y nos profetiza: ¡vivirás el mismo día! En
efecto, estamos atrapados en este vestíbulo de la fábula, esperando siempre
algo más, sin lograr alcanzar las realizaciones que anhelamos. Una nación de
ciudadanos anestesiados y resignados ante lo inaceptable.
La gran pregunta es: ¿Cuándo se jodió Zavalita? La respuesta
es clara: cuando nos resignamos, cuando normalizamos lo inaceptable, cuando
aceptamos la gran mentira de un patriotismo que ha debilitado nuestras
convicciones. Un país que se regocija en la venta de sus recursos, que ha
dejado que su educación pública universitaria se deprede, no puede pretender un
mañana brillante. Y sin embargo, seguimos afirmando que el destino es nuestro y
que un día derrotaremos a Goliat. Los "comentarios reales" se han
convertido en nuestra única guía.
La derecha siempre nos vendió la idea de que la obediencia
traerá grandeza, mientras que la izquierda, con su propuesta de una dictadura
inversa, nos prometió un cambio. El resultado es el mismo de siempre:
cadáveres, resentimiento y una frustración que se siente como una losa pesada
sobre nuestros hombros. De la incultura surge el extremismo, y en este mar de
ignorancia, la educación nos ofrece la posibilidad de crear un centro más
justo, donde las ideas florezcan y puedan conducirnos a un verdadero diálogo
constructivo.
La polarización actual que vive el Perú es un producto de la
pobreza de nuestra agenda social, de la miseria de nuestro debate académico y
de la falta de propuestas que realmente nos representen. Sin partidos políticos
sólidos y sin líderes comprometidos, el país ha caído en manos de una mafia que
opera a sus anchas. Un grupo de delincuentes se ha apoderado de nuestras
instituciones mientras el narcotráfico, la devastación de nuestros bosques y la
minería ilegal crecen a la sombra de este asqueroso régimen.
Lo alarmante es que no ha sido necesario un golpe de Estado formal
para llegar a este punto. Las bandas de okupas han ingresado a nuestro congreso
y a la casa de gobierno, cambiando el destino y las cerraduras a su antojo.
Ellos dictan las reglas del juego y han convertido nuestro país en un mero
simulacro de lo que debería ser.
Pero, ¿hasta cuándo seguiremos en esta espiral de impotencia?
La verdad incómoda es que este ciclo se perpetuará mientras sigamos
permitiéndolo. Estamos a merced de esa rata en el solar polvoriento, esperando
que la realidad nos despierte de este profundo letargo. Es momento de
reagruparnos, de levantar la voz y de buscar el cambio que todos anhelamos. La
historia de nuestro país no debe ser escrita solo por aquellos que han tomado
las riendas de manera ilegítima, sino por nosotros, los ciudadanos que
merecemos un futuro diferente y próspero.