LIMA.- Le pusieron todo servido para ganar la elección,
¡TODO!, y no pudo ganar. Le pusieron los medios de comunicación a sus pies:
periodistas complacientes, conductores adulones, que mientras a ella la
trataban con pétalos de rosa, al otro candidato lo ninguneaban, le cortaban la
transmisión, lo ridiculizaban.
Despidieron directores imparciales y pusieron en su lugar
monigotes amaestrados. Le pusieron en bandeja todo el financiamiento posible,
directo e indirecto: se sumaron consultores políticos, desde los más
experimentados como Ralston hasta los más rastreros como Baella; agencias de
marketing digital, empresarios de la publicidad exterior que le obsequiaron
paneles luminosos para su campaña de calumnias y terror; la campaña de las mil
campañas, la denominaron, el más grotesco y pudiente de los voluntariados. La
apadrinó un Premio Nobel de Literatura, fue promovida por una selección
mundialista de fútbol; artistas, influenciadores, políticos, comunicadores,
deportistas, antifujimoristas recalcitrantes de viejo cuño convertidos
súbitamente al keikismo, y ni así pudo ganar.
Contó con la complicidad de un Jurado Nacional de
Elecciones que hizo la vista gorda con todas las irregularidades, con un
Ministerio de Trabajo que no abrió ni un solo proceso en contra de las empresas
que coaccionaban a sus trabajadores para que voten por ella, con un Comando
Conjunto de las Fuerzas Armadas que se apresuró a senderizar el atentado en el
VRAEM, con una Cancillería que mandaba a callar a Evo Morales pero le otorgaba
visa exprés a Leopoldo López.
Donde quiera que se respirara miedo, donde quiera que se
hubieran comprado el cuento del lobo comunista, allí había apoyo seguro para su
candidatura. Lo tenía todo, todos los recursos, toda la plata, toda la cancha
libre, y ni aun así pudo ganar. Y un 7 de junio a las 7 de la noche, cuando vio
que las cifras que no la favorecían eran irreversibles, salió a victimizarse
repitiendo el mismo berrinche de su fracaso anterior: "me robaron la
elección". Hace 5 años tuvo 73 congresistas y se dedicó a destruir el país
con su obstruccionismo enfermizo. Ahora tuvo el perdón de la mitad del país sin
siquiera haberlo pedido, y su soberbia no le permitió reconocerlo; la mejor
idea de sus brillantes estrategas no fue destacar sus atributos, sino denigrar
a su adversario.
Es por gusto, Señora Fujimori: quién no sabe perder, jamás
aprenderá cómo ganar. Quien no valora lo que tiene, nada le será jamás
suficiente.